El otoño es buena época para comenzar a instaurar rutinas saludables en la infancia. El cambio de temperatura, el comienzo del colegio, el cambio horario…son indicadores que nos invitan a establecer una nueva organización en casa para toda la familia.
Rutina y hábito son dos conceptos que están interrelacionados entre sí pero que conviene diferenciar para saber a qué nos referimos exactamente.
Cuando hablamos de rutina nos referimos a aquella actividad que realizamos de forma regular y periódica. El hábito es el modo de actuar aprendido o adquirido para poder conseguir que una rutina se lleve a cabo de manera satisfactoria. Por ejemplo con respecto a la alimentación, la rutina se refiere al horario de comidas en casa y los hábitos de alimentación se refieren al tipo de alimentos que se ingieren, los utensilios que se usan, respeto de las normas establecidas en la mesa…
Crear rutinas puede parecernos difícil sobre todo al principio, cuando llega el bebé y nuestra vida se desorganiza totalmente. Cuando el mensaje que recibimos desde el principio es que el bebé come y duerme “a demanda”. Es él quien marca sus propios ritmos y nosotros los que nos vamos adaptando a ellos. Pero esto ocurre solamente en los primeros meses de vida, poco a poco el bebé se va regulando y somos nosotros los que debemos establecer las rutinas. Lo que se suele hacer es respetar esos ritmos e ir incorporando unas rutinas básicas entre medias: el paseo, baño, hora de dormir nocturna…
A medida que las horas de sueño se van reduciendo, mostrando más dinamismo durante el día, podemos ir incluyendo nuevas actividades. Lo ideal es comenzar de los 6 a los12 meses.
¿Qué ventajas tiene tanto para el niño/a como para la familia crear rutinas?
Realizar este esfuerzo en la crianza merece la pena ya que aporta numerosas ventajas. Las rutinas y las reglas ayudan a estructurar el hogar y hacen que la vida sea más predecible para todos.
La estructura ayuda a los padres y a sus hijos/as: los niños/as se sienten seguros porque saben qué deben esperar, mientras que los padres se sienten confiados porque saben cómo responder y responden de la misma manera cada vez. Esto aporta coherencia y consistencia en la crianza.
Es importante asegurarse de que la rutina funcione para toda la familia. No podemos pretender que los niños/as respeten el horario de comidas mientras nosotros estamos picando a todas horas.
Por supuesto, para que la rutina se instaure e interiorice con más rapidez y facilidad no puede alterarse en función del cuidador de referencia en cada momento.
A medida que el niño/a crece puede participar, de una forma razonable y en la medida de sus posibilidades, en las normas que rigen el establecimiento de rutinas en casa. Esto hará que vea con más facilidad estas normas como suyas propias y no impuestas por los adultos, por lo que le será más fácil respetarlas.
Para crear rutinas tenemos que ser perseverantes, además de coherentes. Los niños/as pequeños a menudo necesitan recordatorios sobre lo que deben hacer. Las reglas pueden y deben repetirse con frecuencia. También pueden colocarse recordatorios —como los cuadros de rutinas y reglas— en sitios donde el niño/a los pueda ver.
En el niño/a las rutinas generan confianza, estabilidad y seguridad y previenen problemas de conducta.
Es realmente importante establecer como base fundamental para el aprendizaje la comunicación asertiva y las relaciones afectivas entre los adultos y el niño. No hacerlo desde esta perspectiva, puede ocasionar bastantes dificultades sobre todo en lo relacionado con la alimentación y el sueño.
Las rutinas admiten cierto grado flexibilidad, incluso puede convertirse en un incentivo “saltarse por una vez la rutina”. Si cambia una rutina, informe a su hijo/a acerca de la modificación. Una advertencia de cinco minutos es una buena forma de hacerlo.
Macarena Gea Maldonado
Psicóloga Sanitaria – Cda Nº.: AN-04835
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