La integración sensorial es el proceso mediante el cual nuestro sistema nervioso central recibe todas las sensaciones que le llegan a través de los sentidos, las interpreta y organiza para dar lugar a respuestas adaptativas. Los órganos sensoriales captan fragmentos de información que luego deben integrarse para que se vuelvan significativos, es decir, se conviertan en percepciones organizadas e inteligibles. Para que esto ocurra, diferentes estructuras cerebrales trabajan en equipo localizando, clasificando y organizando el flujo sensorial. Este trabajo solo es posible cuando la información que asciende hasta estas estructuras llega de manera organizada, de lo contrario es desechada porque su lectura o decodificación se hace imposible.
El proceso de integración sensorial se inicia en el útero, cuando el bebé siente los movimientos del cuerpo de la madre. Para que el niño aprenda a moverse, gatear y caminar en el primer año de vida debe desarrollarse una enorme cantidad de integración sensorial. A través del juego, el niño organiza las sensaciones que va recibiendo de su cuerpo y de la fuerza de la gravedad actuando sobre él, así como la información que llega a través de la visión y la audición, permitiendo que se produzca la integración sensorial.
Hasta los siete años de edad, el cerebro es primordialmente una máquina de procesamiento sensorial, esto significa que siente las cosas y aprende su significado directamente de las sensaciones. Un niño no tiene muchos pensamientos o conceptos acerca de las cosas, aprende de las sensaciones que ellas producen y del movimiento de su cuerpo con relación a estas sensaciones. Sus respuestas adaptativas son más de tipo muscular o motoras, que mentales. Por este motivo los primeros siete años de vida son llamados los años del desarrollo sensoriomotor. A medida que el niño crece muchas de sus respuestas y actividades motoras se ven reemplazadas por comportamientos más elaborados, pero en la base siempre está un adecuado desarrollo sensoriomotor. Cada niño nace con este potencial, debe desarrollarlo interactuando con múltiples objetos y adaptando su cuerpo y cerebro a los cambios físicos, comunicativos y emocionales que ocurren en su entorno. El procesamiento sensorial que tiene lugar al moverse, hablar y jugar es primordial para que se dé el procesamiento sensorial más complejo y necesario para aprender a leer, escribir y adaptarse a las demandas en la interacción familiar, escolar y social.
El proceso de la integración sensorial sucede de manera automática en la mayor parte de las personas, por este motivo, las disfunciones a este nivel pueden pasar inadvertidas. En la mayor parte de los casos son las propias familias las que sin tener conocimientos sobre el funcionamiento del cerebro, describen conductas en sus hijos que pueden apuntar hacia una dificultad para procesar la información sensorial de manera correcta (por ejemplo, negativa a probar variedad de alimentos o a vestirse con ciertos tejidos)
No todos los niños con problemas de aprendizaje, desarrollo o de comportamiento tienen una disfunción de integración sensorial subyacente. Hay, sin embargo, ciertos indicadores, que pueden señalarnos si está presente dicha disfunción. Es habitual que se presenten más de uno de estos signos:
- Dificultades de coordinación motora fina y gruesa: Algunos bebes pueden tener dificultad para arrastrarse, gatear o ponerse de pie, más tarde pueden tener dificultad en atarse los zapatos o aprender a montar en bicicleta. Ante cualquier tarea manual sus resultados suelen ser pobres (colorear, recortar, pegar…)
- Retraso en el desarrollo del lenguaje: Algunos niños no escuchan bien a pesar de que no existe ningún problema en los órganos de la audición, es decir, los impulsos sonoros son percibidos adecuadamente por los oídos, pero llegan desorganizadamente al cerebro. Otros tienen dificultad con las palabras, saben perfectamente lo que quieren decir, pero no pueden dirigir adecuadamente la boca para formar las palabras.
- Hipersensibilidad al tacto, movimiento, luces o sonidos: Esta hipersensibilidad puede ser manifestada en comportamientos tales como irritabilidad o retirada cuando se le toca, evitar ciertas texturas de ropas o de comidas, distracción o reacciones de miedo al movimiento en actividades ordinarias, como las actividades típicas de los juegos de recreo.
- Hipo reactividad a la estimulación sensorial: un niño hipo reactivo puede buscar experiencias sensoriales intensas, por ejemplo dar vueltas sobre sí mismo.
- Hiperactividad o nivel de actividad excesivamente bajo
- Dificultades para planificar las tareas
- Baja autoestima, al ser consciente de sus dificultades y verse diferente al resto de compañeros.
Es importante hacer una correcta evaluación de las dificultades encontradas para elegir el mejor tratamiento que puede llevarse a cabo conjuntamente entre los profesionales de la psicología y de la terapia ocupacional. En la terapia, el niño será guiado a través de actividades que cambian sus habilidades para responder apropiadamente a la entrada sensorial y llevar a cabo una respuesta organizada y exitosa.
Recuerda que si tienes cualquier duda, en Intelecto te atenderemos lo antes posible.
Macarena Gea Maldonado
Psicóloga sanitaria AN 04835
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