En la Salud Mental sueca hay una palabra que se usa para referirse a los niños y las niñas que, aun habiendo tenido una infancia muy dura y experimentado situaciones difíciles de soportar desde muy pequeños, son capaces de atravesar esos atolladeros y hacer de las cicatrices que les dejaron las heridas, tatuajes en su piel. La palabra es MASKROSBARN. Literalmente podría traducirse como “Niños Diente de León”. Y es que “Diente de León” es una planta considerada “mala hierba” cuyas raíces generan un tallo capaz de atravesar el pavimento que lo apisona, para salir a la luz en forma de flor. A esa capacidad por no dejarse achantar por el duro asfalto y dar con la grieta por donde seguir creciendo hasta salir a la luz, se le llama RESILIENCIA.
La necesidad de descubrir las características de estos niños expuestos a diversas situaciones adversas o de riesgo pero que, sin embargo, no desarrollaban trastornos psicológicos sino que resultaban fortalecidos, hizo surgir el interés por este concepto (Garmezy, 1991; Luthar, 1993; Rutter, 1985), e inicialmente se definió como un proceso de adaptación positiva ante los sucesos adversos o estresantes que podría ser inferido a partir del nivel de ajuste en diversos ámbitos sociales (familiar, escolar, etc.). Por lo tanto, la resiliencia no denotaría una invulnerabilidad al estrés sino una persistencia de las competencias funcionales y adaptativas mediante el empleo de estrategias de afrontamiento eficaces (Masten, 2001).
Aunque pueda parecer que la RESILIENCIA es propia de personas excepcionales, diferentes estudios como el de Morán en 2012 concluyen que nos encontramos ante una capacidad presente en la mayoría de nosotros y, por tanto, desde disciplinas como la nuestra, la psicología, abogamos por entenderla, reconocerla y desarrollarla en nuestros pacientes.
Y, ¿cómo podemos hacer eso?
La Resiliencia incluye poseer una buena adaptación interna, así como una buena adaptación externa, por eso las estrategias que tenemos que usar para favorecer en nosotros esta capacidad son tanto intra como interpersonales, y algunas de las más útiles son:
– Practica el AUTOCUIDADO como factor equilibrante. Cuando la balanza del bienestar tienda a soportar más peso en el estrés, la ansiedad o sintomatología depresiva, una forma de equilibrar dicha asimetría será el cuidado personal, entendido como una serie de hábitos de vida saludables que incluyen desde una dieta sana a procurar un descanso reparador, pasando por el ejercicio físico.
– Evita las PREOCUPACIONES. Pre/ocuparse consiste en “ocuparnos de asuntos que aún no han sucedido”, y de los que, por lo tanto, aún no podemos ocuparnos. Dedícale tiempo solo a aquello de lo que realmente te puedas ocupar, y una forma de transformar las PRE/OCUPACIONES en OCUPACIONES es utilizando este esquema:
Fuente de la imagen: Creación propia
– Trabaja tu AUTOESTIMA. En su libro “Enamórate de ti”, Walter Riso, Doctor en Psicología, dice que “El amor a uno mismo es un dique de contención contra el sufrimiento mental” (Walter Riso, 2012), y señala los cuatros pilares básicos de la autoestima que todas las personas tendríamos que desarrollar:
– Autoconcepto (qué piensas de ti)
– Autoimagen (qué opinión tienes de tu aspecto)
– Autorrefuerzo (en qué medida te premias y te gratificas)
– Autoeficacia (cuánta confianza tienes en ti)
– Ejercita la ACEPTACIÓN y no la confundas con la RESIGNACIÓN. Podría decirse que aceptación y resignación son dos conceptos fácilmente confundibles. Ambos parten del mismo punto, un cambio inesperado (ya sea una pérdida, un conflicto, un error, un problema). Sin embargo, la resignación sería un sentimiento que bloquea, paraliza y abruma, y la aceptación tiene un componente más proactivo o resiliente. Si nos imaginásemos a ambas situadas en el mismo punto, la resignación miraría hacia el pasado, y la aceptación hacia el futuro.
Fuente Imagen: Creación propia
– Practica el AUTOCONOCIMIENTO. Aprende a identificar, nombrar, aceptar y gestionar tus emociones; descubre tus puntos fuertes, tus cualidades y tus defectos y evita la autocrítica y la exigencia desmesurada. Y una forma infalible para poder llevar a cabo este autoconocimiento es la TERAPIA.
Estas son solo algunas de las estrategias que podemos utilizar para favorecer nuestra propia RESILIENCIA, y que a su vez, ponen de manifiesto que esta capacidad para superar situaciones complicadas, no es un concepto pasivo o inmóvil, sino todo lo contrario, la RESILIENCIA es algo en continuo movimiento, abierto al aprendizaje y sobre todo, moldeable y mejorable a base de entrenamiento.
Sebastián Villanueva Macías
Psicólogo General Sanitario
Morán, C. (2012). Una psicología en el ámbito laboral. Competencias para recursos humanos. Amarú: Salamanca.
Garmezy, N., & Masten, A. S. (1991). The protective role of competence indicators in children at risk.
Luthar, S. S., Doernberger, C. H., & Zigler, E. (1993). Resilience is not a unidimensional construct: Insights from a prospective study of inner-city adolescents. Development and psychopathology, 5(4), 703.
Rutter, M. (1985). Resilience in the face of adversity: Protective factors and resistance to psychiatric disorder. The British journal of psychiatry, 147(6), 598-611.
Riso, W. (2012). Enamórate de ti. Editorial Planeta. España.
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